Indudablemente el ansia por la posesión del oro convierte a este antropoide depredador llamado hombre en un ser violento, facineroso, transgresor superlativo de la ley y carente absoluto de moral. Charles Chaplin se volvió loco en la película La quimera del oro, filmada en 1925 y en ella, acosado por el hambre, soñaba con que sus zapatos se convertían en una suculenta y humeante gallina. Hernán Cortés, en el México de la conquista, quemó las naves por el oro y la Malinche, la joven princesa indígena que se convirtiera en su amante y llegara a ser fiel intérprete y auxiliar de los españoles, fue capaz de traicionar a sus hermanos originando, según el nobel Octavio Paz, el carácter marrullero y astuto de nuestra raza latinoamericana. El oro en California ocasionó, en el siglo antepasado, la movilización de millones de seres humanos que lo único que buscaban era un gramo del tan preciado metal.
Ese desvarío por el oro, una verdadera epidemia social que afligió a casi todo el mundo en la segunda mitad del siglo XIX, originó movimientos masivos de personas hacia regiones rurales, posibilitados por el perfeccionamiento de los medios de comunicación y de transporte y espoleado por un sistema monetario internacional fundamentado en el patrón oro. Las consecuencias sociales y ambientales fueron inmensas. Comunidades indígenas fueron masacradas, desplazadas de sus territorios o sucumbieron víctimas de enfermedades que llegaron con los mineros. Grandes extensiones de esos territorios fueron devastadas y los ríos contaminados con residuos químicos venenosos. Muchas personas cambiaron su forma de vida, basada en el trabajo y el esfuerzo, por el deseo de ganarla rápidamente con poco trabajo y mucha chiripa. La violencia tiranizó aquellas tierras: entre los hombres y en perjuicio de la Naturaleza.
Ahora, retornó esa maldita enfermedad y empieza a afectar a Colombia y al mundo. Nos la contaminan grandes empresas transnacionales mineras, auxiliadas por esos gobiernos que impulsaron e impusieron desacertadas políticas públicas tales como la seguridad democrática, seguridad inversionista, flexibilización laboral, incentivos tributarios, Plan Nacional para el Desarrollo Minero 2019, y por el progresivo empobrecimiento de las políticas e institucionalidad ambiental, la adecuación de las normas mineras a los intereses de esas empresas y, en general, el sometimiento del país a las grandes corporaciones económicas internacionales.
Este panorama no cambiará en el corto tiempo porque el Programa de Gobierno del presidente Santos, “110 iniciativas para lograr la Prosperidad Democrática”, notifica que la minería será una de las cinco “locomotoras” de la economía (punto 30) y, además, que se mantendrá como “punta de lanza del país” (punto 92). Preparémonos pues: las fiebres o “calenturas” producidas por el oro” subirán.
Ese desvarío por el oro, una verdadera epidemia social que afligió a casi todo el mundo en la segunda mitad del siglo XIX, originó movimientos masivos de personas hacia regiones rurales, posibilitados por el perfeccionamiento de los medios de comunicación y de transporte y espoleado por un sistema monetario internacional fundamentado en el patrón oro. Las consecuencias sociales y ambientales fueron inmensas. Comunidades indígenas fueron masacradas, desplazadas de sus territorios o sucumbieron víctimas de enfermedades que llegaron con los mineros. Grandes extensiones de esos territorios fueron devastadas y los ríos contaminados con residuos químicos venenosos. Muchas personas cambiaron su forma de vida, basada en el trabajo y el esfuerzo, por el deseo de ganarla rápidamente con poco trabajo y mucha chiripa. La violencia tiranizó aquellas tierras: entre los hombres y en perjuicio de la Naturaleza.
Ahora, retornó esa maldita enfermedad y empieza a afectar a Colombia y al mundo. Nos la contaminan grandes empresas transnacionales mineras, auxiliadas por esos gobiernos que impulsaron e impusieron desacertadas políticas públicas tales como la seguridad democrática, seguridad inversionista, flexibilización laboral, incentivos tributarios, Plan Nacional para el Desarrollo Minero 2019, y por el progresivo empobrecimiento de las políticas e institucionalidad ambiental, la adecuación de las normas mineras a los intereses de esas empresas y, en general, el sometimiento del país a las grandes corporaciones económicas internacionales.
Este panorama no cambiará en el corto tiempo porque el Programa de Gobierno del presidente Santos, “110 iniciativas para lograr la Prosperidad Democrática”, notifica que la minería será una de las cinco “locomotoras” de la economía (punto 30) y, además, que se mantendrá como “punta de lanza del país” (punto 92). Preparémonos pues: las fiebres o “calenturas” producidas por el oro” subirán.