Democracia, supongo, tiene que ver con ciudadanía en cuanto a la igualdad frente a la ley, pero ¿Tenemos en Colombia ciudadanos en el sentido real de la palabra? Lo cierto es que somos una especie de islotes inconexos que denotamos grandes y terribles fallos pero a la vez padecemos, desafueros e injusticias. La democracia colombiana es, en teoría, en el papel, una de las más exitosas del planeta, ya que está respaldada por una constitución que consagra el Estado de Derecho y las libertades individuales, una democracia participativa y de avanzada que virtualmente es un modelo a seguir.
La verdad es que nuestro país padece una gran injusticia de clases, económica y democrática. Podemos exhibir como prueba de ello, el hecho de que habiéndose consagrado la salud como un derecho y un deber de la ciudadanía en el papel, es bien distinta la realidad, pues no podemos olvidar, por ejemplo, los abusivos e injustos decretos de emergencia social con los cuales se pretende modificar varias normas relacionadas con el manejo de los recursos de ese sector, buscando así aliviar su crisis.
¡Ah trabajo el que le espera al próximo mandatario de los colombianos! pues bien difícil será enmendar la actual situación dado que la brecha entre los ricos y los pobres es cada día más grande y el desempleo ronda el 15 % en promedio de los años recientes. Al parecer ninguna de las empresas colombianas parece querer parar esa odiosa tendencia a reducir sus nóminas. Y qué decir de ese desenfreno en decretar casi siempre, cada 6 meses, una nueva reforma tributaria (la nueva cada vez peor que la anterior), que gravarán indiscutiblemente un bien preciado e intocable: la canasta familiar, dejando, de paso, desamparada la cultura, sin duda la cenicienta del Estado, la cual no percibirá la atención que necesita para ser llevada al pueblo, tal y como lo mandan y las utópicas disposiciones que nos rigen, tal vez bien intencionadas pero nunca efectivas y trascendentales.
Nuestro país mantiene las apariencias de estado en vías de desarrollo, mientras deja que las aves de rapiña hagan fila para exprimir las enormes riquezas que poseemos, ello ostensible en una eterna corrupción, rampante y descarada, la cual parece no ser afectada por la política artificiosa de meritocracia y anticorrupción del actual gobierno. El nuestro, por desgracia, es simple y tristemente un país tercermundista producto de la inconciencia política y social. Para sacarlo de este sombrío panorama es necesario hacer cumplir justa y eficazmente la Constitución. Así tal vez será posible la consolidación de la democracia en Colombia como una realidad éticamente correcta, a la que tal vez no le harán falta tantas leyes de papel para mantenerse vigente.
La verdad es que nuestro país padece una gran injusticia de clases, económica y democrática. Podemos exhibir como prueba de ello, el hecho de que habiéndose consagrado la salud como un derecho y un deber de la ciudadanía en el papel, es bien distinta la realidad, pues no podemos olvidar, por ejemplo, los abusivos e injustos decretos de emergencia social con los cuales se pretende modificar varias normas relacionadas con el manejo de los recursos de ese sector, buscando así aliviar su crisis.
¡Ah trabajo el que le espera al próximo mandatario de los colombianos! pues bien difícil será enmendar la actual situación dado que la brecha entre los ricos y los pobres es cada día más grande y el desempleo ronda el 15 % en promedio de los años recientes. Al parecer ninguna de las empresas colombianas parece querer parar esa odiosa tendencia a reducir sus nóminas. Y qué decir de ese desenfreno en decretar casi siempre, cada 6 meses, una nueva reforma tributaria (la nueva cada vez peor que la anterior), que gravarán indiscutiblemente un bien preciado e intocable: la canasta familiar, dejando, de paso, desamparada la cultura, sin duda la cenicienta del Estado, la cual no percibirá la atención que necesita para ser llevada al pueblo, tal y como lo mandan y las utópicas disposiciones que nos rigen, tal vez bien intencionadas pero nunca efectivas y trascendentales.
Nuestro país mantiene las apariencias de estado en vías de desarrollo, mientras deja que las aves de rapiña hagan fila para exprimir las enormes riquezas que poseemos, ello ostensible en una eterna corrupción, rampante y descarada, la cual parece no ser afectada por la política artificiosa de meritocracia y anticorrupción del actual gobierno. El nuestro, por desgracia, es simple y tristemente un país tercermundista producto de la inconciencia política y social. Para sacarlo de este sombrío panorama es necesario hacer cumplir justa y eficazmente la Constitución. Así tal vez será posible la consolidación de la democracia en Colombia como una realidad éticamente correcta, a la que tal vez no le harán falta tantas leyes de papel para mantenerse vigente.