¿Qué es en realidad el famoso estado de opinión?

Ha surgido recientemente una novedosa, aunque no original, teoría de corte joseobdulesca, escuchada de labios del Presidente, en trance reeleccionista: el Estado de opinión que, según sostiene el mandatario, es la fase superior del estado de derecho.
Tal excepcional estado es, llanamente, un burdo mecanismo de dominación que fue utilizado poderosamente en el siglo pasado por doctrinas tan nefastas como el Nacionalsocialismo (el nazismo alemán de Joseph Goebbel y Hitler) y el Facismo (la doctrina de Benito Musolini). Este estado de excepción se trata de un nuevo engendro conceptual con el cual se pretende superar el Estado de Derecho. Miremos si no; en este gobierno ya estamos viendo cómo los consejos comunales pretenden ocupar el lugar de las corporaciones públicas. ¡Increíble! Hasta con la irrefutable y sólida teoría del Estado se metió la maquinaria de propaganda gobiernista. Al parecer no significan nada los tratados académicos que versan sobre las doctrinas del estado, frente a la enardecida ambición de permanecer en el poder.
Nadie ignora que los seres de esta época somos los individuos más condicionados y programados que el mundo ha conocido en toda su historia. No sólo nuestros pensamientos y actitudes están siendo continuamente modelados, sino que nuestra propia conciencia de ello parece que está siendo inexorable y sutilmente borrada. Por tal razón, no nos extraña que líderes autoritarios siembren en la población la creencia de que son imprescindibles. Su permanente presencia, fortalecida hoy en día por los medios, obnubila y vuelve, sin duda, vasallos a sus seguidores. La aureola gloriosa del soberano los persuade de que sin él están perdidos y acontecerá la catástrofe.
El Estado de opinión es un eufemismo para volver popular a una democracia, donde el querer de la masa es ley. La pasión dominante no está dispuesta a respetar nada distinto a su deseo. Su menosprecio del derecho es visible. De ahí que el Estado de Derecho se disuelva en la voluntad popular. Las minorías se malogran en la pretensión manipulada del interés general. Todo ello nos muestra que una manoseada psicología de masas reemplaza sin ninguna duda la reflexión política equilibrada.