El educador es un promotor de las aptitudes de sus pupilos

Es indudable que un maestro, un educador, un docente o como se le denomine, encarna a la persona capaz de abrir las mentes de sus estudiantes y desarrollar en ellos diversos modos de vocación, de tal forma que posibilita con sus enseñanzas el desarrollo y progreso de la sociedad en su conjunto. La sociedad crece y se dinamiza gracias a la educación y es el profesor quien viabiliza este postulado. El maestro participa ampliamente en el incremento de las potencialidades ocultas en cada alumno, de forma que a partir de ellas pueda ocupar un rol importante en la sociedad lo cual le conducirá axiomáticamente a alcanzar su bien propio así como el bien común.
Si concebimos siempre como esencial el rol de la educación en la sociedad, no podemos dudar en ningún momento que el maestro es elemento básico al que debemos especial consideración, respeto y apoyo. Las reformas sociales no las hacen las leyes, sino los maestros, los profesores.
Y si debemos confiar en ellos como educadores auténticos, entonces es menester que tengan un nivel cultural bastante alto, que sean honestos, pero a la vez también que ganen un salario justo y digno de la gran función que se les encomienda; de tal manera que nadie, llámese Estado, municipio o sociedad, pueda desconocer su significación y trascendencia ni mucho menos les despoje de su dignidad.
Sin embargo, un buen profesor no se define por su actividad sino por el sentido que da a ella. Es por esto que es preferible la palabra educador antes que profesor. Educar implica dirigir, orientar, facilitar un cambio en la persona del otro. El educador es entonces aquel que dispone su vida, sus acciones al servicio de otro. Es un servidor, quizás en su sentido originario, de ayuda, de solícita compañía. En esa donación a sus estudiantes encuentra su propia felicidad y realización.
Un profesor por tanto debe dejar de ser un mero preceptor de contenidos intelectuales y teóricos para convertirse en un pleno educador, en un servidor e impulsor de las vocaciones de sus pupilos que, como ya mencionamos, es el fin último de su quehacer. Un alumno no se acerca al colegio a repetir lo que ya sabe, sino a ampliar su horizonte; solo un profesor con la sabiduría y el conocimiento propios permitirán responder a esta necesidad vital.
Enseñar no es un oficio; es una vocación. Sólo los iluminados, los que poseen un alto sentido de la vida y de la sociedad son capaces de llegar a ser educadores. Me sumo, con toda el alma al merecido homenaje al educador en su día.